2012-06-20

Soy humano

Karina Castro


Sonó la alarma del despertador. Sam detestaba ese horrible y monótono ruido que lo sacaba de sus sueños y le recordaba que tenía una larga mañana por delante. Sin poder abrir los ojos, estiró perezosamente los brazos. Con gran estrépito, cayó la lámpara al suelo y del otro lado se derramó el café sobre el buró. Sam abrió los ojos sobresaltado sólo para ver su cuerpo transformado en el de una creatura horripilante. Su piel era totalmente gris, fría y de una textura extraña; sus brazos, desproporcionadamente largos y flacos, con enormes manos dotadas de huesudos dedos. Sus piernas eran extremadamente delgadas, esqueléticas. Temblando, se llevó las manos a la cara. Dio un respingo cuando sus dedos hicieron contacto con su nariz, o con la falta de ella mejor dicho; sintió un hueso apenas prominente y dos singulares orificios alargados que expidieron un aire frío y entrecortado. Se paró de un salto. Sus pies eran grandes y huesudos, mas no perdió el equilibrio; se dirigió hacia el espejo con su camiseta y bóxers de dormir aún puestos, ridículamente amoldados a su nuevo y ajeno cuerpo. Conteniendo la respiración levantó la mirada hacia el espejo. Un excepcional chillido salió de su diminuta boca carente de labios. ¡Su piel era gris, su cabeza enorme y ovalada! Sus enormes ojos totalmente negros lo miraban acuosos e inexpresivos. Eran simplemente dos pozos negros en los que sintió su alma ir cayendo, dejándolo vacío, hueco. Un ruido lo sacó de su trance. Miró hacia la puerta que se abría lentamente dando paso a un hombre alto, de traje gris claro y expresión severa, casi cruel. Miraba a Sam como si lo conociera, pero él estaba seguro de que nunca antes lo había visto. Se acercó a él con determinación. Al tiempo que caminaba, su cuerpo sufrió una transformación, no convulsa ni accidentada, sino de manera casi natural. Sam se encontró frente a frente con un ser igual a él. No daba crédito a lo que pasaba. ¿Acaso era un sueño? ¡Más bien una pesadilla! No podía ser real. Hasta el día de ayer, él era un joven normal, su vida era como la de cualquier otro: se levantaba temprano y se iba al trabajo, soportaba algunas horas atendiendo fastidiosos clientes en la tienda de ropa para caballero, esperando ansioso la recompensa que traía la tarde consigo. Pasaba el resto del día en el deportivo jugando basquetbol, sus amigos y compañeros de equipo le reconocían su dedicación, lo apreciaban. Por un momento apartó la mirada de la creatura parada frente a él y sus monstruosos ojos se posaron distraídos en los trofeos que brillaban en la cima del clóset... ¡Qué gran equipo eran! —Es hora de irnos —ordenó el recién llegado. —¡No iré a ningún lado! —pronunció Sam con una voz semejante a la suya—. ¡Debe haber un malentendido, yo no soy quien usted busca, yo no soy así! Ayer era normal y hoy desperté convertido en... —Vine por ti para devolverte a donde perteneces —declaró el otro ser secamente—. Éste eres tú, como eras ayer era sólo una máscara. ¡No eres un humano, estúpido! Dicho esto tomó a Sam del brazo bruscamente y colocó un pequeño brazalete en su muñeca. El contacto con el metal helado lo hizo estremecer; se sintió mareado y somnoliento. Al doblarse sus rodillas y con la última conciencia que le quedaba pensó en cuánto iba a extrañar la risa, el llanto, un helado, los sábados por la mañana, la adrenalina al salir a la cancha el día del partido, sus tenis en contacto con la duela, saltar, volar por los aires y encestar, los aplausos y los abrazos de sus amigos. —Yo soy humano —suspiró al cerrar los ojos.

Publicado en el suplemento cultural 9 de revista Propuesta #180, especial de Casa Lamm.

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