2012-07-02

El amor más allá del bien y del mal

 Daniel Lemus


Todo lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal. ¿Qué extraño significado tendrá el amor para Nietzsche?, ¿qué nos está sugiriendo con su más allá del bien y del mal?
A Nietzsche le gusta pensar en la idea de que el amor es el resultado del azar, que el amor no se busca, se encuentra, y que sólo se fortalece en el juego, cuando se mantiene en una zona alejada de la seriedad de la vida cotidiana. Esa primera etapa es tan mágica porque justamente está trazada por esas dos coordenadas, porque resulta del conocimiento de dos personas que se sentían ajenas, y que circunstancias inesperadas ayudaron a juntar, pero que además se animan a exponerse mutuamente con sus cuerpos, con sus experiencias. Esa primer etapa del amor es como un empezar de nuevo, un arriesgarse a ver qué pasa con el otro y también con uno mismo.
La vida cotidiana y la convivencia en general en vez de reforzar esas condiciones basadas en el azar y en el juego, nos propende a colocar al amor junto con otras obligaciones. Así es normal que vayamos poco a poco burocratizando la relación. Incluso las mismas actividades que antes realizábamos por el puro gusto de hacerlas, por pura espontaneidad, las vamos formalizando, las repetimos vaciadas de la mirada original. ¿Cómo recuperar esa primer mirada original del otro cuerpo?, ¿cómo recuperar la inocencia de un nuevo comienzo?
Al amor que nace de la debilidad se auto impone el para siempre como condición previa y exigencia, cuando en realidad el para siempre debería ser el resultado de la fuerza desplegada y no su condición. Sostener el amor eterno depende de las posibilidades concretas de cada persona, del desafío y del riesgo asumido en cada relación y en cada circunstancia. El amor eterno pretende comprar lo que no se puede, asegurar lo que no se puede. Impone condiciones que sólo pueden llevar a malograr una relación, sujeta el deseo a una condición represiva e ineficaz.
La vida va transformando ese amor inicial inocente, lo pretende transformar en un fin para otras cosas: tener hijos, comprarse una casa, o hacer feliz a otro. Pero el amor no tiene sentido, ni justificación, es absurdo, ilógico, irracional, inexplicable, está más allá de toda conciencia que pretenda imponerle determinaciones morales o racionales. Se ama porque sí, y se deja de amar porque sí. Hay que recuperar el juego como la principal dimensión que nos hace humanos y el amor es ante todo un juego. Nos dice Nietzsche el juego, lo que es inútil, puede ser considerado como ideal del hombre sobrecargado de fuerza, como cosa infantil. El amor como juego, como actividad esencialmente extramoral, amoral, irresponsable. El amor carece de fines, es un fin en sí mismo.
El amor auténticamente maduro nace de la fuerza, implica riesgo, se basa en el cambio, exige renovarse día a día, entra en una zona distinta, donde se privilegia el juego, la creación, la innovación con respecto a uno mismo y al otro. Este amor necesita de la inocencia, del olvido y del desconocimiento del otro (e incluso de uno mismo). Es un amor sin fundamento, resultado de la falta de finalidad, del azar y del juego. ¿Quién eres? podría ser siempre una buena pregunta para empezar a jugar al amor. Diría Nietzsche que el amor se juega en eterno retorno de las mismas preguntas, pero de un retorno sin culpas, de un olvido sin huellas, de un rencuentro sin motivos, de un tú y un yo que se confunden, que se ignoran, que se sospechan, que se sienten más extraños cuanto más se creen conocer. Ése quizás sería un amor que siempre está más allá del bien y del mal.

Publicado en el suplemento cultural 10 de revista Propuesta #181.

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