Andrea Aguiñaga
Fue aquél día en que llevabas unos lentes redondos y pequeños, con el vidrio rojo. Aquél día en que un ave cayó del cielo frente a nosotros, cuando el viento y el crujir de los árboles nos susurraron tristes palabras al oído. ¿Todavía no lo recuerdas? Vimos una niña volar, y una naranja explotaba. Aquél día morimos, ¿te acuerdas?, morimos junto a una piedra con forma de reloj en la que había una oruga, y cuando renacimos había nacido una flor y la oruga era ahora una mariposa.
Cuando llegó la noche, las estrellas nos hablaron y nos invitaron a volar, pero tú no lograste alzar el vuelo, la gravedad te tenía preso. ¿Recuerdas que te enojaste? Te enojaste porque las estrellas se burlaron de ti, y la luna no te defendió. Entonces te enterraste muy profundo y yo te seguí; encontramos una caja que tenía una muñeca rota y vimos un topo llorar.
Fue entonces cuando salimos a la superficie, que escuchamos la música, esa gloriosa música. Estaba lloviendo. ¿Sigues sin recordar? Luego comenzamos a llorar y la lluvia se mezcló con nuestras lágrimas. Tú estabas feliz.
Después nos quedamos dormidos en un pantano, junto a unas hormigas y acallamos nuestra impaciencia. Nuestros sueños cedieron a la noche y fue entonces cuando me lo dijiste; en mis sueños, mientras tu suave alma volaba hacia el infinito.
Publicado en el suplemento cultural 10 de revista Propuesta #181.