2012-09-29

Familias

David Rubio Esquivel


—De nuevo lo están pasando.
—Sí, ya me tienen harto.
…recuerden que es muy importante informar inmediatamente si alguno de los miembros de su familia está infectado. De lo contrario, usted podría ser condenado a cadena perpetua…
El televisor se apaga.
—Iré a ver cómo está Arlene.
—Déjala. Ya le tiré un buen pedazo de carne hace un rato.
—Aun así. Quiero saber cómo está.
—Ay, mujer. ¡Está muerta y así va a seguir!
—Sí, lo sé, pero…
—¡Pero nada, mujer! ¡Si no la hemos matado del todo es porque tú insistes en mantenerla con vida!
—¡Es tu hija!
—Esa cosa no es mi hija.
Con lágrimas en los ojos, la mujer se retira de la sala. Camina por un estrecho pasillo hasta llegar a un cuarto con la puerta entreabierta de donde sale un gemido.
—Arlene, hija preciosa.
Atada a una cama, la figura de una niña se contorsiona. Su cuerpo entero despide un olor putrefacto. Sus ojos apagados parecen perdidos en otra galaxia. Su boca se abre y cierra con salvajismo.
La madre llora y se agacha. Del suelo recoge un trozo de carne.
—Por favor hija, come —insiste la madre acercando a la boca de su hija el pedazo de carne.
Arlene abre y cierra la boca mordiendo el aire. Las cuerdas en piernas, brazos y muñecas que la mantienen en cama se tensan. La madre mete un trozo de carne a la boca de Arlene y ésta comienza a devorarlo con avidez. La madre frota la frente de su hija mientras ésta come, frente fría como témpano y blanca como la nieve. Mientras la madre sale del cuarto, Arlene vuelve a retorcerse en cama violentamente.
En la sala, el televisor está encendido de nuevo.
—Siento lo de hace rato —. Se disculpa el hombre sentado en el sofá de la sala, aquél que ha negado ser el padre de la niña que yace atada en el cuarto.
—No te preocupes—. Responde la madre de Arlene, tratando de reprimir las lágrimas.
En el televisor está pasando uno de los programas más vistos en el mundo desde que inició la epidemia: Survivors in the end of the world. El programa es un reality show con una primicia de lo más simple: gente tratando de sobrevivir mientras hordas de infectados los corretean en campo abierto. El ganador se lleva medio millón de dólares, mientras que a los perdedores no les queda de otra más que volverse parte del espectáculo…si es que antes no se han convertido en comida de infectados.
—Apaga eso, por favor. Me pone de malas —. Es la madre de Arlene.
—Pero hoy termina la primera temporada —refuta el hombre sentado en el sofá.
Entonces la mujer se retira de la sala a su cuarto y ahí, se suelta en llanto.
Es normal que las madres de familia se suelten a llorar a la hora en que Survivors in the end of the world es transmitido en vivo a nivel mundial. Ninguna de ellas lo sabe, pero todas, cerca de las nueve de la noche, inician su sesión de llanto colectivo mientras sus esposos ven el programa y piensan seriamente en vender a sus hijos a la cadena que transmite el programa como se sugiere al final de éste. Ellos piensan, después de todo, que aquello que está encerrado en un cuarto, el ático, la cochera o el sótano de su casa ya no es lo que fue una vez. Ya no es parte de su familia. Y en secreto esos padres de familia rezan no sólo para que sus esposas decidan matar o vender a sus hijos, rezan también para que algún día se termine la epidemia que enfermó a sus primogénitos y lloran en silencio, ese tipo de silencio que no permite ver los problemas que ocurren hasta en las mejores familias.

Publicado en la gaceta de lectura 1 de revista Propuesta #185

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