2012-09-27

La Necrópolis

Yadira Arteaga

“Cuando el viajero contempla edificios antiguos, le agrega a su belleza peculiar… ese otro encanto fúnebre que se opone al persistir de la piedra, la fragilidad espiritual de los seres mortales”

Manuel Toussaint, Paseos coloniales.

Originalmente en Tula cuando alguien fallecía, ya sea por muerte natural o como sacrificio para los Dioses, se recurría a un entierro en donde el cuerpo se depositaba de forma sedente. Si dicho sujeto era un gran personaje se enterraba con toda la solemnidad en cámaras subterráneas, ricamente vestido y acompañado de sus armas; pero si era un personaje común generalmente solía sepultarse en una gran olla de barro.
A la llegada de los españoles y con la conquista espiritual, los ritos funerarios cambiaron. Ya no se utilizaban cuevas o cámaras subterráneas. Los Franciscanos se dieron a la tarea de evangelizar y construir templos religiosos. Frente a la Iglesia existe un espacio más o menos cuadrangular llamado atrio, que se usó como cementerio hasta mediados del siglo XIX.
En 1882 se funda el panteón municipal del Huerto de los Olivos. Al recorrerlo puedes observar los sepulcros más antiguos y alguno que otro personaje importante, entre ellos al francés Carlos Ferré y a Lucila, hija del finado Melchor Ocampo. Dichas tumbas hoy son consideradas patrimonio cultural; reconocimiento otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Este camposanto alberga a los políticos y a la gente importante del pueblo.
Cuando estalló la revolución, según informa Víctor Villagrán encargado del Cementerio San José; se designó un predio para las fosas comunes. Él manifiesta: Dicen los abuelos que por el año 1914 los guerrilleros caídos en batalla eran transportados en carritos jalados por mulas y ahí los tiraban; nosotros hemos podido verificar la veracidad de esas palabras porque al hacer la excavación hemos encontrado huesos apilados como si fueran leña. Además de eso comenta que algunas ocasiones los cadáveres tenían su indumentaria, cananas y balas.
En la actualidad la población supera la capacidad de los camposantos y es evidente el deterioro del de San José por lo que rememoro las siguientes palabras: […] están condenados de antemano; ignorantes de lo que se pierde. Y, como si adquirieran conciencia de su muerte, los toca un destello de inquietud. [...] Manuel Toussaint. Paseos Coloniales

Oficio: sepulturero.


Mi incursión empezó desde temprano me dirigí a la biblioteca como es costumbre antes de realizar cualquier investigación. Revisé durante un rato y me molestó saber que el libro que buscaba no se encontraba ahí; aún así revisé otros libros antes de salir del lugar.
Tomé el transporte colectivo, ahora el destino era la ciudad de los Atlantes. Al llegar nuevamente me dirigí a la biblioteca después de un rato por fin encontré el escurridizo libro, pero al llegar a la sección de Tula me sorprendió  ver que le faltaban las primeras páginas… así sucede con algunos libros, suelen ser víctimas de los biblioclastas.
Con la increíble falta de información, ¡en la era moderna!, recorrí el camino a la manera antigua preguntando a los lugareños, con grabadora de mano.
Finalmente llegué al panteón. La escena, aunque tanto lúgubre, me pareció bella; un grupo de personas arreglaban su sepulcro familiar. Caminé por los enmarañados senderitos y vi a lo lejos a una pequeña comitiva almorzado. Me llamaron y me acerqué, cuando llegué pude observar que habían improvisado una pequeña mesa con una lápida. Lo primero que pasó por mi cabeza fue la palabra tabú.
Se presentaron amigablemente y yo me disculpé por haber interrumpido su hora de almuerzo; entonces una persona mayor se presentó: Me llamo Víctor Villagrán. Noté la potencia de su voz y sospeché que la entrevista sería amena, me gusta conversar con las personas mayores porque siempre están dispuestos a contarte su historia. Mis ojos rápidamente inspeccionaron sus manos se veían fuertes a pesar de la edad, eran manos trabajadoras, giré la vista alrededor y a un lado de las sillas pude ver sus herramientas de trabajo, después de todo son sepultureros. Me acercaron un asiento para comenzar con la entrevista, el mismo que me lo cedió se retiró a trabajar, ese día enterraban un petrolero.
Cuando pregunté cómo era el oficio de sepulturero me comentó que se dividían en administrativo y maestro albañil, que tenían que protegerse cuando realizaban excavaciones con guantes, mascarillas y que la ropa que utilizaban al terminar de trabajar la quemaban o terminaban desechándola, porque un fuerte olor a humedad se le impregnaba. Me dijo preocupado que necesitaban un nuevo panteón porque los dos activos ya no tienen espacio para más cadáveres.
Al salir del lugar recordaba sus palabras y su cara de preocupación, también recordé en el camino que su oficio era peligroso, porque como bien me lo mencionó: Ese panteón antes fue una fosa común, al excavar y encontrar antiguas osamentas tienen que tener cuidado con los gases tóxicos que emanan. De esa manera encontraban la muerte algunos avariciosos que encontraban oro. Concluyó Tomas Martínez, el maestro albañil.

Publicado en la gaceta de lectura 1 de revista Propuesta #185

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