2013-07-01

Una casa-museo en Tepeji del Río Entrevista a la Sra. Cristina Amelia Lejarza Reséndiz

José Antonio Zambrano

La señora Cristina  Amelia Lejarza Reséndiz pertenece a una de las familias más antiguas y respetables en Tepeji.  A  su familia perteneció el Mesón de las Palomas, que cobró celebridad porque en él pernoctó Melchor Ocampo, antes de ser fusilado y colgado en un pirúl en terrenos de la hacienda de Caltengo. Del citado mesón sólo quedan algunos vestigios, pues debido a que la construcción siempre ha sido habitada, cambió casi totalmente su arquitectura original.
La señora Cristina Amelia Lejarza, amablemente asistida por su hija Laura, nos refiere sus primeros recuerdos de Tepeji en los años de 1930, cuando llegó a Tepeji, ya que su nacimiento y los primeros ocho años los vivió en el rancho Peñafiel, perteneciente a Jilotepec, Edomex.
De los veinte años transcurridos entre 1930 y 1950, dos décadas de niñez, juventud y etapa adulta, la señora  Lejarza Reséndiz  recuerda que estudió en la antigua  escuela Melchor Ocampo, con la maestra Altagracia Frías de Barrera y una de sus compañeras fue Conchita Saavedra (+), que luego fue maestra e impartió clases en la actual escuela Melchor Ocampo, inaugurada en los años cincuenta. 
Igualmente, en los años cuarenta y cincuenta le tocó ver el surgimiento de la escuela Sor Juana Inés  de la Cruz, obra que contó con el apoyo del señor Moisés Cosío. Menciona que  en ese terreno existían tres o cuatro fresnos grandes, los cuales tuvieron que ser derribados para poder levantar el edificio de la institución educativa. Uno de los sacerdotes que recuerda de esa época es el padre Pedro Sánchez,  muy recordado porque también a él se le debe la edificación del  templo del Nuevo Tepeyac, popularmente conocido como La Ermita.
Sobre la iglesia de San Francisco, menciona que su arquitectura siempre ha sido la misma y lo que se ha modificado son los rituales de la Semana Santa, ya que anteriormente todas las ceremonias tenían lugar en el interior del templo. Indica que el Domingo de Ramos, los feligreses acudían al templo con un ramo atado a un carrizo  y el Viernes Santo se colocaban tres grandes cruces de madera en el altar principal. En relación a la fiesta de San Francisco, el cuatro de octubre, menciona que venían sacerdotes franciscanos y se dirigían a los fieles desde el púlpito.

Una casa-museo

Como dijimos al principio, el factor tiempo, el mantenimiento y las adaptaciones necesarias para hacerla habitable, han borrado los rasgos arquitectónicos de lo que fue el Mesón de las Palomas, sin embargo, queda la memoria de ella y de su esposo, don Antonio  Velásquez, trabajador jubilado de La Josefina, memoria que  heredarán a sus hijos Marco Antonio, Laura y Pepe y, posteriormente, a sus nietos. Aparte está un rico acervo de libros, pinturas, muebles y aparatos que otorgan a la casa de la familia Velásquez Lejarza la atmósfera de un museo: un piano, una sala de fina madera, un radio antiquísimo son mudos testigos del paso de cuatro o cinco generaciones, ya que la mayor parte de estos objetos fueron heredados del abuelo y bisabuelo: Silvestre Lejarza Cheverri, que custodia desde su retrato la ambientación del siglo XlX Y XX.

Tiempos que fueron.

Otras evocaciones de la señora Lejarza Reséndiz la constituye la autovía donde viajaba  a El Salto, los bailes en Cruz Azul, a los que asistía con sus amigas , entre los que se encontraba Chelo Pérez y Chelo Flores; las hermanas Julia y Margarita Arcia Juárez; en estos bailes participaban grandes orquestas como la de Luis Alcaraz.
Los recuerdos llegan a la memoria en tropel y a manera de despedida refiere dos anécdotas de su primo Alfonso Ortiz Lejarza, donde se entremezcla la evocación con el terror aleccionador, la primera anécdota ocurre en la niñez de don Alfonso. El acostumbraba matar lagartijos y los ensartaba en un palito para mostrarlos cual trofeo. En aquel tiempo, su familia contaba con el apoyo, en el trabajo doméstico, de una señora llamada María, de más de cincuenta años de edad, quien ya le había advertido al niño que no matara los lagartijos. Él volvió a hacerlo y fue a mostrárselos. La señora estaba de espaldas y cuando el niño llamó su atención para mostrarle los lagartijos muertos, vio la cara de ella con un aspecto espantoso; los ojos de cebo y el pelo de paja.
El mismo Alfonso Lejarza, ya a su adultez, caminaba una noche por la calle contigua a la iglesia  de San Francisco y vio a una mujer que iba adelante: decidió seguirla  y vio que ella dobló a dirección a la entrada del atrio; hacia allá caminó él también;  justamente en la entrada del atrio, la mujer se desvaneció, como si hubiera penetrado en el muro que rodea el atrio.

Publicado en el suplemento cultural número 16 de revista Propuesta número 193

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